miércoles, 8 de septiembre de 2021

La leyenda del maíz

Wiracocha dios creador de los Incas

Existe desde tiempos inmemoriales en los andes peruanos la leyenda del maíz y de como Wiracocha, dios creador (Viracocha Pachayachachi), les llevo las semillas del maíz a los primeros pobladores andinos, convirtiéndose en el alimento representativo y favorito de los incas del Tawantinsuyo.

Antes de que Wiracocha hiciera su gran recorrido por los andes del Perú, la gente solo se alimentaban de animales salvajes, frutos silvestres y algunas raíces. Nadie podía solucionar las dificultades que tenían para recolectar sustento diario y permanente, debido a que entre grupos tribales disputaban y se enfrentaban por ganar comestibles.

La situación era violenta y precaria, día a día la principal preocupación fue garantizar la comida en las tribus nativas, aparte de que no conocían un orden establecido para convivir entre ellos, muchas veces producto de su ceguedad cometían faltas y excesos entre ellos.

Wiracocha, como creador y hacedor de todo lo que existe en el mundo, preocupado como un buen padre por sus hijos, vio por conveniente enseñarles a vivir dentro de reglas y principios morales, además de situar en su inteligencia secretos para proveerles de alimento y vestido. Después de seleccionar amorosamente entre sus manos variedad de semillas, primero eligió el de la papa por sus calorías y carbohidratos; luego pensó en una planta medicinal y eligió las hojas de coca; y entre los granos más preciados eligió las semillas del maíz, planta que representa la grandeza de los dioses. Se dijo, “es suficiente, de ellas surgirá toda su alimentación y cuando aprendan a vivir como hermanos descubrirán otras semillas que también les dejo y que les proporcionaran variedad de alimentos por siempre”.

Desde la meseta del altiplano peruano, Wiracocha salió camino al norte deteniéndose en cada tribu y etnia para convocar a sus habitantes y líderes, y con mucha paciencia enseñarles a vivir como hermanos, el “Allin kausay”, ayudando y respetándose unos a otros; los vistió y les concedió secretos para domesticar a los animales y plantas, construir sus viviendas y unir las comarcas. La papa les entregó en variados colores e hizo gustar de sus excelentes sabores, diciéndoles “vayan cultívenla y hagan llegar a todos mis hijos”. Cuando ingreso a la región amazónica cogió un puñado de semilla de coca y esparció por los campos para luego decirles cariñosamente “usen esta sagrada planta medicinal para cuidar vuestra salud”. En algunos pueblos la gente se sorprendía de todas las cosas que hacía y el poder que tenía Wiracocha, y en su confusión trataron de atacarlo para matarlo; pero Wiracocha, al darse cuenta de sus malas intenciones, los reprendió, perdonó y trato con sumo amor que todos terminaron amándolo intensamente. Cuando llegó al valle del Wilcamayu (Vilcanota), cerca al Qosqo, entregó la semilla del maíz, diciendo a los hombres y mujeres que “es la semilla más preciada por sus hermosos granos, que la cuiden y cultiven en todo el valle desde los Canchis, hasta Paucartambo y Urubamba, en ella radica mis enseñanzas para que vivan juntos, en orden y armonía, como los granos de la mazorca del maíz". En el sector de Cacha (San Pedro - Canchis), lugar donde narran los cronistas españoles sobre la presencia de Wiracocha en tiempos antiguos, el maíz es deliciosamente dulce, dicen como huella del perdón y el inmenso amor del dios Wiracocha.

Cerámica Inca

Para calmar la sed en las incesantes jornadas de trabajo que entusiastas desarrollaban los pobladores andinos, Wiracocha pidió a las mujeres mayores preparar del maíz germinado jugo fermentado, bebida al que se le conoce como "chicha" (Aqha), que desde aquel entonces se hizo un elemento imprescindible en la vida de los pobladores andinos y de los Incas.

Después de terminar su recorrido por los andes, se despidió de la gente con mucho cariño, los hombres muy entristecidos y apenados lo acompañaron en su recorrido final hacia la costa peruana, porque cuentan los abuelos que Wiracocha se fue por el mar, caminando sobre las aguas, como la espuma, y nunca más lo volvieron a ver.

© Guido Amilcar Ancori Cervantes

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