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Escribe: Guido Amílcar Ancori Cervantes
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Cuantas veces me quede aquí varado como un náufrago rodeado de estos cerros, en estas quebradas, en estos ríos, debajo de esta infinita lluvia.
Más de veinte años por estas sierras ¿por qué caminando? ¿qué me detiene?
Quizás el magnetismo de sus rocas milenarias, sus estoicos recios consanguíneos
campesinos, sabios amasadores del barro, tejedores laboriosos de sabio ingenio,
que diseñan y pintan sus animales Y chacras en sus chumpis, en sus chuspas y
Ilicllas.
Quizás, fue la música del viento en las oquedades de las rocas de sus
montañas, o el mismo, el mismo viento de sus pétreos y pulmones en sus flautas de
hueso y caña.
Quizás, sus paisajes de frio, lluvia y viento y gran sol en la costra
terrestre de sus muros arqueados, restos de campanario con sus tejas
equilibristas.
Quizás me quede atrapado en algunas retorcidas ramas de sus
chachakomos, o me estrangularon sus raíces, o me perdí en sus callejones, donde
el sol se desbarranca por sus grietas
Quizás me detuve entre los tambores que anunciaban un entierro, en
silencio por el hombre muerto.
Quizás me quede por el té pigado de estas agitadas cuestas, o por el
adobo de la próxima madrugada.
No será que quede de pie al paso de la procesión de cristo indio, de
los temblores cuzqueños. ¿estaré esperando el próximo lunes santo?, o un corpus
Cristi, con un Santo indio
Quizás, tenga que subir por segunda vez al Qoyllor Ritti, como un ukuku
blanco, para ver la tierra desde los Apus antiguos y eternos.
No creo haberme convertido en sal del gigantesco peñón del Qoricancha,
al pie del wilkamayo sagrado, donde crece la piedra de los pichincotos.
Estoy aquí más de veinte años, bajo la lluvia de piedras pulidas por
los hombres y el viento con un corazón de pututu, en un par de usutas,
amarrando el pelo con un huato rojo de chinchero.
Y quede yo aquí, en medio de este callejón de las siete culebras, recogiendo la lluvia que pasa por el arco iris.
PALAO BERASTAIN.
Ahí, a la vista de los gráficos que ostenta “Variedades”,
tiene el lector al gigante Juan de la Cruz Sihuana. Es natural del distrito de
Llusco, provincia de Chumbivilcas, del departamento del Cuzco. Ya ha remontado
los 50 años. Pesa 290 libras y mide 2 metros 10 centímetros de estatura por 2
metros 20 de envergadura o “reach”, como dirían los revisteros boxeriles.
Es un curioso caso de acromegalia como apellida la ciencia médica a lo que llamaríamos gigantismo esforzando un tanto el vocablo.
Sihuana es un digno
prototipo de la raza aborigen. Mirada vaga, poco inteligente, nada escrutadora.
Labios gruesos, muy grandes, excesivamente carnosos. Pómulos en relieve, andar
desenmadejado, curvado el Goliat indio, hacia adelante, bajo el peso de las
tremendas espaldas.
La gente, en las calles mal enguijadas de Cuzco, plenas de
sombras, al verlo pasar le han dedicado cuchufletas y sonrisas y el gigante
apenas si se ha permitido lanzarle desde lo alto de su cabezota deforme, una
mirada de desprecio.
Al cronista le rogo llevarlo a Lima. Desea trabajar, ganar
mucho dinero. Pero esta ya viejo y apenas conoce los rudimentos del arte
agrario.
En su tierra, tierra de centauros, no hay caballo que pueda
sostenerlo. Siempre hace sus jornadas a pie. Jamás se destoca. Apenas si el reportero
logro tal milagro a fuerza de razones y para que el grafico que ostenta esta página
resultara mejor. Entonces Sihuana se sintió cohibido y se curvo mucho y hasta
quiso doblar las rodillas e intento dibujar en sus labios carnosos una sonrisa,
en la que había mucho de la tristeza de los que llevan encima una singularidad
que les produce más amarguras y desencanto que alegrías anchas desbordantes.
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El gigante y un redactor de la Revista Variedades |
Nos ha contado que su mujer apenas le llega a su cintura. No
tiene hijos y se duele por ello. Cuando abraza hace crujir los huesos del que
cae en las tenazas con que la naturaleza a dotado a Sihuana. Tras abrazar sonríe
y tras sonreír, sobre el gorro de lana, el clásico chullo, se pone su sombrero
haldudo y se va, desenmadejado, pendulante el paso, mientras la parvulada se
arracima y le lanza chistes crudos. Se va un poco curvado, un poco melancólico,
un tanto apagada la lumbre de sus ojos, que solo hallaron placer en la visión
de las altas cumbres del ande y los rebaños encharcados en los lodazales
inmensos, que, como costurones, como unos hoyos fluctuantes, vastos, surcan la
pampa chumbivilcana, en la que ha erigido el “chucho”, Gaucho peruano, la
leyenda de su indomable rebeldía, de su culto al ganado y de que como los
centauros nacen ya cabalgando…
Cuzco setiembre 1925.
Urashima
Bibliografía: Artículo de la Revista Variedades, publicado en Lima, el 31 de octubre de 1925 - Año XX1, Núm. 922.
Durante la colonia, Canchis y Canas fueron consideradas zonas rebeldes, se registró en estas provincias una fuerte sublevación en 1730, otra en Sicuani en 1770, al siguiente año otra más en 1771, y finalmente la rebelión de Túpac Amaru en 1780. Por esa razón la administración colonial dispuso la construcción de un fuerte militar, cuyas murallas rodeaban la ciudad. El fuerte fue denominado “Fuerte Real Carlos III”. Firmado el Armisticio en Sicuani, entre el jefe español Del Valle y Diego Cristóbal Túpac Amaru, líder rebelde, en enero de 1782, se ordenó la construcción del Arco de Sicuani, hecho de piedra blanca labrada. El Arco Colonial de Sicuani, se desplomó el 6 de febrero de 1918, después de permanecer erguido por un lapso de 136 años. Hoy sus restos se encuentra totalmente abandonado al ingreso a la plaza mayor de Sicuani, por la calle Dos de Mayo. Estas ruinas del Arco es la única evidencia histórica de las luchas indigenistas por la independencia del Perú.
"La fortaleza de Chumo que hasta
ahora existe construida por los españoles, demuestra de muy alta que es capaz
de sostener no solo los intereses de la provincia, sino de todo el Cuzco, como
punto militar de gran estrategia (29 de agosto de 1834)". (Kanchi, Guerra - 1982)
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Dibujo del Arco de Sicuani por Alfonso Álvarez Huanca |